jueves, 2 de mayo de 2013

Fanáticos de las plataformas

 

La competencia en el mercado es el pan nuestro de cada día. Desde humildes fabricantes de lapiceros hasta multimillonarias compañías de Internet, no hay quien se escape de competir por su nicho en el mercado. Sin embargo, aunque esto es lógico entre las empresas competidoras, no es tan lógico cuando la disputa se traslada a los propios consumidores. Y sin embargo, ocurre. La industria del videojuego es probablemente uno de los casos más paradigmáticos. ¿Por qué los compradores de tal o cual plataforma la defienden contra viento y espada? ¿Por qué los foros se llenan de insultos y descalificaciones entre partidarios de Sony, de Xbox o de Nintendo?

En un artículo anterior hablé del amor a las marcas. Las marcas tal como las conocemos fueron un invento para ayudar a diferenciar los productos y conseguir, de paso, una ventaja sobre el competidor. En lugar de comparar objetivamente las características y precios de un producto cualquiera, las marcas crean un halo alrededor del mismo. Si una marca ha hecho un buen trabajo durante años, es más fácil perdonar sus errores (aunque también funciona al revés; una marca caída en desgracia arrastrará incluso al producto más excelente).


Simplemente por posicionarse hacia un determinado público objetivo y lanzar mensajes, las marcas crean valores. La gente no sólo consume el producto, sino también los valores asociados. Cada cual tendrá sus valores preferidos, claro. ¿Máxima calidad aunque cueste un ojo de la cara? ¿Barato pero práctico? ¿Espíritu adolescente? ¿Elegancia y madurez? Hay para todos los gustos y, al final, a la hora de consumir la gente va creando un universo de marcas a su alrededor que usa para definirse a sí misma, incluso de manera inconsciente. Incluso aquellos que dicen "yo no sigo las modas y sólo compro lo que necesito" han tomado una decisión en cuanto a los valores con los que se identifica. Que no sean los mayoritarios no significa que no estén ahí.

Los videojuegos no escapan a esta diferenciación de valores y marcas. A fin de cuentas, desde los antiguos tiempos de la Atari ha sido una industria caracterizada por una competencia sin tregua. También por ser un ocio caro, por mucho que se hable del factor "horas de diversión por euro invertido". A los consumidores no les gusta sentir que se han equivocado en la compra. La duda es mayor cuanto mayor es el desembolso necesario. Por eso buscarán aquellos productos que satisfagan mejor sus necesidades y se identifiquen mejor con sus valores. Y luego tratarán de justificar su decisión siempre que puedan.


Seamos sinceros, por mucho que haya gustos dispares en cuanto a videojuegos, la necesidad de ocio es la misma y, en términos prácticos, cualquier plataforma puede satisfacerla. Incluído el ordenador, claro (aquellos que achacan estas disputas entre consumidores a la publicidad de los fabricantes de consolas suelen olvidar que el ordenador también se ve arrastrado a ellas). Es un hecho aún más flagrante cuando las videoconsolas acaban de salir a la venta y aún no hay un catálogo de videojuegos suficientemente amplio para juzgar si la decisión tomada fue la correcta o no, lo que no impide que los consumidores empiecen a tomar posiciones desde el principio.

¿Hay una solución a este amor desmedido, casi fanatismo, por las plataformas? No, no la hay. Porque tal como he explicado, no es realmente un amor por la marca, sino un amor a uno mismo sublimado a través de la marca. Se libran aquellos que tienen suficiente dinero como para adquirir todas las consolas a la vez sin tener que decidir entre una u otra (no confundir con aquellos que las van comprando una tras otra, pues siguen teniendo que decidir cuál prefieren antes). Sin embargo, hay que entender que toda videoconsola o plataforma de videojuegos no es más que un producto y que la único que debería preocuparnos es si satisface nuestras necesidades personales o no. Mientras lo haga, no deberíamos sentirnos acomplejados por nuestra compra ni inmiscuirnos en las compras de los demás. ¿Y si no las satisface? Bueno, entonces quizás sí que nos equivocamos, pero los errores forman parte de la vida.

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